Reseñas
Matthew J. Brown. Science and Moral Imagination. A New Ideal for Values in Science. Pittsburgh. University of Pittsburgh Press, 2020, 288 pp.
La discusión sobre el ideal de ciencia libre de valores, y, más específicamente, sobre cómo incorporar valores no-epistémicos sin afectar la objetividad de la ciencia representa actualmente uno de los tópicos más trabajados desde la epistemología y la filosofía del conocimiento. Con este debate en el horizonte, en Science and Moral Imagination Matthew Brown recupera el enfoque del pragmatismo de John Dewey y elabora el ideal de imaginación moral en ciencia, todo ello a fines de brindar un criterio normativo para la inclusión de juicios de valor en la investigación científica.
En cuanto a su estructura, el libro presenta un formato innovador pues aparte de las típicas secciones de introducción y cierre, cada capítulo cuenta con dos secciones: una en la que se plantea la posición general y otra subsiguiente de análisis. De esta manera, quien lee puede concentrarse solamente en el argumento de Brown, salteando la discusión técnica, o puede adentrarse en el contrapunto con otras posiciones como las de Heather Douglas, Helen Longino, Philip Kitcher y Janet Kourany. A su vez, a partir de una característica distintiva del pragmatismo, en la Introducción se presentan tres casos en los que resulta manifiesta la necesidad de contar con un parámetro para evaluar la incidencia de valores en la investigación (el racismo en ciencia, la “psicología femenina” y el trabajo con células madre), casos que se retoman en las conclusiones para poner a prueba la elaboración teórica.
Desde el punto de vista argumentativo, en el Capítulo 1 Brown parte de la interpretación deweyana de la ciencia en términos de investigación, es decir, de práctica, actividad o proceso. Esta interpretación permite contextualizar y comprender cómo de hecho opera la ciencia pero también elaborar un criterio o standard normativo para dicha práctica. Desde aquí, en el Capítulo 2 Brown construye el “argumento de la contingencia” para dar cuenta de la necesidad de incluir valores no-epistémicos en la actividad científica. De modo esquemático, el argumento se presenta en tres pasos: (i) dada la ubicuidad de la contingencia en todas las etapas de la investigación, esta presenta en principio múltiples puntos de decisión con alternativas razonables, y (ii) dado que las alternativas pueden tener implicancias y consecuencias sobre elementos o situaciones que valoramos –de orden ético, social, político o estético–, y que en la evaluación de esas alternativas intervienen juicios de valor, se sigue que (iii) las contingencias de la investigación deben ser evaluadas mediante esos juicios de valor. Esta afirmación principal se refuerza con el “argumento de la razón práctica”. Dado que cada contingencia implica una decisión respecto de qué hacer, requiere razones prácticas que motiven o justifiquen la elección, es decir, requiere valores que orienten a la acción.
Una vez establecida la conclusión antedicha, en los Capítulos 3, 4 y 5 Brown concentra sus esfuerzos en elucidar una noción de valor tal que permita su legítima inclusión en las investigaciones científicas. En primer término, recupera algunas concepciones clásicas en torno a los valores (como meros deseos o preferencias, como bienes que deben ser preservados o como ideales absolutos) y sus correlatos argumentativos en el campo de la filosofía de la ciencia, todos los cuales presuponen el carácter no-cognitivo o sistemáticamente poco cognitivo de los valores no-epistémicos. Frente a esta concepción, en segundo término, Brown adopta una posición de pluralismo pragmático sobre los valores, y, en tercer término, retoma nuevamente el enfoque deweyano para presentar una teoría de la valoración en cuanto tipo de investigación práctica que sigue la misma estructura básica que la investigación científica, y que, por tanto, presenta garantía evidencial. Dichas investigaciones se orientan a resolver problemas de valores o incoherencias pragmáticas mediante un tratamiento empírico-deliberativo de la relación medios-fines involucrada, y adoptan la forma de re-evaluación de los valores en cuestión. Aquí la imaginación adquiere preeminencia tanto para la comprensión empática de las situaciones problemáticas como para la reconsideración de los conflictos valorativos y la identificación de resoluciones e integraciones alternativas de valores.
El carácter eminentemente práctico de la ciencia, la ubicuidad de la contingencia, la comprensión de los juicios de valor como resultado de una investigación y el sentido de normatividad enraizado pero no reducido a la acción efectiva sostienen el ideal de imaginación moral en ciencia. Según indica Brown en el Capítulo 6, de acuerdo con el ideal: “[l]os/as científicos/as deben reconocer las contingencias en sus trabajos como decisiones no forzadas, identificar los aspectos valorativos moral y epistémicamente relevantes de la situación sobre la que deciden, reconocer y comprender empáticamente a los legítimos involucrados y sus intereses, construir y explorar imaginativamente las opciones, y elaborar juicios de valor justos y fundados a fines de orientar aquellas decisiones”.
Además de ofrecer un criterio normativo y una guía para la consideración de los juicios de valor en ciencia, el ideal permitiría identificar nuevas formas de irresponsabilidad científica como la falta o la falla de imaginación moral. Asimismo, el ideal evitaría la prioridad léxica de los valores epistémicos sobre los no-epistémicos, pues establece un criterio de satisfacción conjunta y de coordinación mutua entre evidencia y valores tal que permita una resolución pragmático-funcional frente a la contingencia. Así, el ideal garantizaría la objetividad de la actividad pues identifica los puntos de legítima incidencia valorativa, trabaja con una concepción de valoración que sigue el mismo patrón de la investigación científica y contempla a todas las partes genuinamente involucradas en el proceso.
En virtud del recorrido propuesto, Science and Moral Imagination resulta un aporte significativo al debate, por varias razones. En primer lugar, como ha sido indicado, porque recupera con mucha claridad y rigurosidad el marco teórico de Dewey, tanto en lo que refiere a la teoría de la investigación como de la valoración, con énfasis en el papel central de la imaginación en los juicios de valor. En segundo lugar, porque nunca pierde de vista la intención de evaluar casos específicos y de brindar guías para la práctica científica concreta. En tercer lugar, porque el propio ideal es una hipótesis para la comprensión del vínculo entre ciencia y valores, de modo que, si bien adquiere un carácter normativo, resulta falible y revisable. En este sentido, la “prueba” del ideal estará dada por su empleo acumulativo y autocorrectivo por parte de los/as científicos/as, de quienes hacen epistemología y filosofía de la ciencia, y de todas las personas legítimamente involucradas por la actividad científica.